Al cielo también le riñen

Había comenzado a llover. Desde la sala había estado observando toda la tarde el cielo. A ráfagas intermitentes -entre descansos de su discurso- miraba por las ventanas para deleitarse con la gama de grises, le fascinaba esos colores alumbrados con los destellos de luz. Desde pequeño admiraba la forma en que se resquebrajaba la bóveda celeste, su joven mente recreaba la escena de un Zeus muy enfadado, tan lleno de rabia que emitía gritos en forma de truenos y lanzaba rayos. La escala cromática que se extendía ante sus ojos no era otra cosa para él que el sufrimiento de un cielo que al final acababa llorando. Apoyado con las manos sobre el cristal observaba como las gotas chocaban a un ritmo desigual sobre la superficie de los coches, un repiqueteo suave llegaba a sus oídos ahora que la estancia se encontraba vacía. Había sido un día agotador. Volvió tras sus pasos y se sentó en su silla, tendría que esperar… pero no sabía cuánto. Esa espera le suponía un placer enorme, si había...