Extracto de una vida



Aquel ser tenía la habilidad de jugar con mi tiempo, convirtiendo el discurrir en una melodía manejada con una destreza sublime. Inapreciable para el resto de mortales, pero no para mí.

Exhortado por mis propios pensamientos en la reconducción de los actos más impulsivos, aseguré una ganancia del ser racional. ¿Qué si perdí? Mi tiempo cambió de hora al tenerlo cerca. En efecto, tenerlo. Y no es el uso de un masculino que abarque todas las posibilidades de desterrar su género, identidad y sexo femenino. No lo es, porque era mujer, de otro modo no podía haber sido. Pero por encima de eso era un ser con un poder inefable sobre mí. Posiblemente esa facultad se arraigaba en una de mis debilidades internas; una de las debilidades que tenía que corregir. A mitad de la vida afloran muchos de nuestros temores, nos enfrentamos a una serie de demonios que emergen de nuestra sombra rompiendo el silencio… “Homos homini lupus”, y yo era mi propio lobo. A mis años no podía dejarme dominar por pulsiones internas, deseos, ni necesidades humanas. Había luchado muchas batallas de las que había salido victorioso -aunque no indemne- para saber que dejarme arrastrar por el hedonismo sólo me conduciría a un camino; el de lo incierto. Rompiendo la seguridad del hombre racional donde yo me movía. El control de ese lobo era una lucha perpetúa en mí, muchas mujeres habían conseguido provocarlo haciendo aflorar sus fauces y no sin esfuerzo -y sacrificio- logré domeñarlo. Esta vez no sería diferente.

Sin embargo, no tomé en cuenta otra parte. Vivir o sobrevivir. Sobrevivir era mi doctrina en este proceloso valle de lágrimas que es la vida. Superar cada prueba, situación… para poder seguir viviendo y no morir en el intento. Uno de los rasgos más prominentes de la evolución; que conlleva la adaptación al medio. Así me consideré un superviviente, como muchas personas en este mundo. En mi viaje a Ítaca no eran pocas las pruebas que había superado, caminaba sabiendo el peso que portaba, la prudencia me acompañaba y había aprendido a cartografiar el terreno que pisaba, incluido el emocional, porque eso me garantizaba la supervivencia.

Jamás hubiera pensado que ese ser engendraría la capacidad de parar mi reloj. Así como lo ralentizó en la espera de tenerlo cerca, lo aceleró en su presencia. Ante ella los granos de arena se deslizaban a una velocidad vertiginosa por el estrecho paso del cristal, porque en ese momento los espacios los medía un instrumento que acotaba la brevedad en la que acontecía mi vida. Escapándose de mi control.

Lo retrasó, porque muchas veces llegué tarde a comprender. Aunque intenté adelantar el reloj anticipando mis pensamientos y creándome una serie de ideas, erré en los minutos y los segundos, equivocados todos, porque olvidé medir en su tiempo; trascurrido en vivir. No puede verlo hasta que se detuvo, se paró el tic-tac, se frenaron los granos de arena por el peso y el sol se inmovilizó por un lapso de tiempo.

Ella respiraba para vivir, un camino que ni siquiera estaba marcado, y dentro del concepto aceptó cada momento. Vivir para ella no era sobrevivir. Jamás se adaptaría al medio, eso no pude verlo y comprenderlo. En cada paso mutó, afrontó cada batalla y luchó con miedo. No se doblegaba, aun así, aceptó cada derrota con la dignidad y el respeto que la vida merecía. Decidió vivir -y no sobrevivir- e indudablemente eso conllevaba medir en polos más extremos, que a un ser racional como yo se le escapaba de las manos. Mayores sufrimientos y mayor daño, pero también mayor gozo; el placer de vivir una vida. No iba superarla sino aceptar algo incierto, con un comienzo, pero con final que sólo se construía con los errores y aciertos… arriesgando, ganando, perdiendo, conociendo, aprendiendo y asumiendo… en un terreno fangoso llenos de sentimientos, porque vivir la vida tenía un precio y sobrevivir sólo lo contempló en pretérito.

Paró mi tiempo, en la sutileza de ambos conceptos que nunca fueron contrapuestos.

¿Qué si perdí?

Cosida de cicatrices se cruzó ante mí y sublevó al lobo que llevo dentro.




Soraya.

Comentarios

  1. Me encanta, genial relato, llena de cicatrices sublevo al lobo...
    soy Marijose Sorya. Enhorabuena. Besos!! Solo entro ocasionalmente a leer y este me llamo la atención de una manera increible
    Recordó un adiós sublime con un amigo que resulto ser un lobo.

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    Respuestas
    1. Hola, Maríjose!

      Muchas gracias por leerme y por tus palabras!!! Me alegra que te guste.

      Un abrazo!!!

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