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Mostrando entradas de diciembre, 2015

Feneciendo

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Cuarenta y cinco años, diecisiete días y tres horas exactas, el tiempo de nuestras vidas enlazadas.  El tiempo de los días compartidos, el de los momentos de alegría, llanto y sufrimiento; todos están dentro, formando parte de mi recuerdo y ocupando mi memoria. Cartografiados milimétricamente intentan dar sustento a lo que hoy podría llamar mi existencia. Sí, podría llamar, porque lo que hago es respirar intentando mantener el talante y la dignidad en este acto llamado supervivencia.  La lucha a la que me encomiendo cada día, me abate. Y, yo, no puedo poner ningún remedio. Tampoco quiero. ¿Mis miedos? A mis años, ni siquiera los siento. ¿Mis recuerdos? Lo sabes, son los que me dan aliento. ¿Las ilusiones? Ésas, ya no las tengo. ¿Mis sueños? El sueño, sólo es uno. Cierro los ojos para no verlo porque esta soledad me embarga y me abraza. Tu ausencia es lo único que siento. Y lo que tengo, a lo que me aferro, es un único anhelo; el sueño que mantengo.

Contradanza

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Abriendo los ojos a lo expuesto fuera de las palabras, se encuentra esta danza llenando de lógica descentrada aquello que guardabas. Coreografía perfecta en cada nota mostrada  ¡No es nada! De izquierda a derecha, el ritmo no acompaña… ¡Contradanza! De mentiras silenciadas… Ilusiones creadas… Con todas las sombras que se añadan. Movimiento irreal y correctamente trazado; Quimérico y figurado. Cartografía de miedos para esta danza, grabada en la tinta metafórica de cada secuencia dada. Alzas las manos y giras, sintiendo tu compañía… tocando sin alma una melodía,  las notas se lanzan,  acompañan... Ahora,  Que bailas… Que danzas… ¡No olvides aguantar tu máscara! Soraya.

Aire

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"Paso a paso, lentamente, en ti me adentro, eres uno de mis elementos". Despacio, cierro los ojos, para sentir tu caricia no en mi cuerpo.  Te sumerges en el interior abrazando la esencia,  descomponiendo cada pensamiento. Suavemente me despliego para entender que nada me ata,  simplemente soy lo que siento. Cada partícula me da los motivos y las causas…  todo fluye cuando soy yo la que no retengo,  dándome la libertad. El movimiento se ralentiza pero sigue un desplazamiento…  sintiendo que en cada espacio no me detengo,  ajustando el equilibro perfecto,  así, me acaricias, cuidas mi alma. Recordando que eres el que me da la vida…  me introduces en mi calma, me despojas de todo…  para aislarme de todo encuentro.  Sólo te siento  en este destierro que alimenta cada inspiración y espiración  paralizado todo curso de pensamiento.  Determinas cuánto vale una vida, te ajustas y te acompasas… para mostrar que sólo eres el

En el no olvido, permanece

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En el dédalo obtuso de mi memoria, retengo el juego entre luces y sombras. Impregnando el espacio de aroma espaciado, se despliegan los recuerdos que no fueron apilados. Con la mezcolanza de sentencias que mi mente aferra, se recorre cada paso, destilando una ausencia. En el desgarro de la piel, el silencio grita… ¡Basta! flagelando la conciencia que acalla una palabra… con sonrisa delineada. En la huella indeleble, susurro a un tiempo… que desborda la mesura coherente, inundando tu presente. En la cordura alzada, se desgrana, dando forma a gotas de nada. Aun así el no olvido permanece, Inherente, con locura callada, silenciada... No miente… Mi corazón  siente. Soraya.

Lola

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Se quedó paralizada. Le faltó el aire en sus pulmones porque en ese momento, el impacto, y sus emociones, hizo que se olvidara de respirar. Podría decirse que murió unos segundos. Si bien, no murió ella, ese instante asesinó la envoltura especial de sus sentimientos. Y lo hizo de la manera más cruel, la más cruenta. Lo hizo haciéndole tomar consciencia de la realidad en un solo acto. Esa realidad que se presenta rápidamente y que por más que intentemos, imaginemos o soñemos, no podemos cambiar, porque se ha impuesto y exige su derecho. Se enamoró. Lola se enamoró, pero no como cualquier ser humano. De esa forma, ella, no lo hizo. La primera vez que la vida los puso frente a frente, ella no emitió ni una sola palabra. Lo observaba y escuchaba, atenta, mientras analizaba las indicaciones dadas a su acompañante. Su sonrisa la cautivó desde el primer momento, franca y honesta, dando luz a su mirada. Mostraba que su dueño era eso y, así, lo transmitía, sin miedo. Esa primera