La chica que sacó mi corazón de paseo

Despertó agitado y enredado entre las sábanas. Su cuerpo estaba empapado de un sudor frío. Sin embargo, la noche estaba fresca, el aire que entraba por la ventana había enfriado la habitación convirtiendo la estancia en un espacio helado. Su cuerpo por el contrario ardía. Esos sueños recurrentes lo estaban mortificando a tal extremo que, a veces, no comprendía en qué mundo se movía. El onírico se estaba convirtiendo en su realidad constante, la lucidez se movía en una línea difusa que le resultaba difícil de separar y delimitar.

Se levantó despacio y dirigió sus pasos hacia la ventana que estaba abierta, las cortinas se agitaban con el suave movimiento de la brisa, rozando las figuras excéntricas que adornaban su escritorio. Antes de cerrarla contempló durante unos instantes la noche. Estaba tranquila, sosegada, ningún ruido perturbaba ese equilibro casi perfecto. Y todo bajo la mirada atenta de una luna que la protegía; acompañada y escudada por sus estrellas, las siempre fieles y celosas de la noche.

Esa escena le hizo comprender que necesitaba calmar su mente. Correr siempre la había apaciguado y estabilizado a lo largo de los años.

Se preparó y, bajo el manto de oscuridad que envolvía la calle, empezó a marcar sus pasos. El contacto y amortiguación de sus pies sobre la calzada le deban la seguridad del que pisa la tierra. Su impulso iba aumentando progresivamente. En el primer movimiento de la sonata número 23, aceleraría el ritmo… Con la “Appassionata” de Beethoven conseguiría que su mente sólo tuviera en cuenta el agotamiento al que estaba expuesto su cuerpo, dejando en calma todos los pensamientos que le confundían e impedían su sosiego. Quizás así lo conseguiría.



Imagen publicada por Luis Serra en Awsome Nature (Google +)
Al cruzar el parque, la vio. La débil luz de la farola alumbraba su pequeña silueta. Una figura sentada sobre un banco, con las piernas cruzas, contemplando el destello parpadeante de los cuerpos celeste hizo que se frenara. Como algo que se impone en la naturaleza, una fuerza inexplicable que te empuja y te atrae, se detuvo a unos pocos pasos. En ese mismo momento ella bajó su mirada para acabar depositándola en sus ojos. Fueron unos segundos los que anclaron el tiempo, en los que no hubo ninguna palabra. Empujado por esa fuerza ilógica que emanaba del interior de su cuerpo, se sentó a su lado. La chica lo miraba trasmitiendo una serenidad que lo envolvía con una tranquilidad inusitada. Así permaneció, a su lado, en silencio, dejando transcurrir un lapso de tiempo difícil de cuantificar para este mundo.

“Necesitas comprender”, fue lo primero que dijo con su voz dulce y pausada. No le sorprendió ni asustó el contenido que salía de aquellos labios, dibujados en ese bello rostro que le atraía misteriosamente. Ella lo sabía, no lo dudaba. Su respuesta fue un silencio acompañado de ningún movimiento, algo que la joven descifró sin dificultad; un lenguaje extraño y exento de palabras que ella comprendía.

La chica silenciosamente agarró sus manos con una suavidad extraordinaria, jamás sentida. Sus ojos seguían atados, enlazados y fijados, no se apartaron ni un solo instante, ambos estaban detenidos en un momento. “Me llevaré tu corazón de paseo, daremos una vuelta”, y sin apartar la vista, enlazando sus manos con las de él, las llevó a su pecho, las introdujo y lo sacó. Sostenido entre ambos, su corazón brillaba llenado de luz la noche, latía llenando de energía una vida, la de él.

Observándolo con calma, le pregunto ¿Dónde está tu corazón? Con la mirada en ella, lo vio…

“En el abrazo de Taix, mi amigo”. ¿Qué siente? “La protección de un amigo, la seguridad… Ahora, está al lado de ella, late con fuerza, la pasión le desborda, siente la avidez de sus besos, mi corazón palpita, ella le da vida… Te lo llevas… ¿Dónde vamos?... ¡Ah! La mano de mi hermano, lo agarra con fuerza, él no lo dejará caer, lo quiere, se siente amado… Estamos… mi corazón siente la emoción, la inquietud por conocer cosas nuevas, descubrir lo desconocido…”.

Entonces ella apretó con fuerzas, desgarrando toda su esencia y lentamente colocó el corazón en su sitio, un calor envolvió todo su cuerpo. Sus miradas no se apartaron ni despegaron, estaban unidas. Al depositarlo, el miedo se disipó. Cansado y agotado sus ojos lentamente se cerraron.

Al abrirlos, su cuerpo estaba en movimiento, sus pasos se habían acelerados, aumentando el ritmo de la carrera su corazón palpitaba con fuerza… La “Appassionata”, primer movimiento, sonaba en ese preciso momento.



Ilustración de Eduardo Ruiz




Soraya

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