Feneciendo
Cuarenta y cinco años, diecisiete días y tres horas exactas, el tiempo de nuestras vidas enlazadas. El tiempo de los días compartidos, el de los momentos de alegría, llanto y sufrimiento; todos están dentro, formando parte de mi recuerdo y ocupando mi memoria. Cartografiados milimétricamente intentan dar sustento a lo que hoy podría llamar mi existencia. Sí, podría llamar, porque lo que hago es respirar intentando mantener el talante y la dignidad en este acto llamado supervivencia. La lucha a la que me encomiendo cada día, me abate. Y, yo, no puedo poner ningún remedio. Tampoco quiero. ¿Mis miedos? A mis años, ni siquiera los siento. ¿Mis recuerdos? Lo sabes, son los que me dan aliento. ¿Las ilusiones? Ésas, ya no las tengo. ¿Mis sueños? El sueño, sólo es uno. Cierro los ojos para no verlo porque esta soledad me embarga y me abraza. Tu ausencia es lo único que siento. Y lo que tengo, a lo que me aferro, es un único anhelo; el sueño que mantengo.